En los bordes del bosque tropical, pegados al mar, en la capital misma, los centros de yoga han hecho escuela en Costa Rica. No hay lengua, no hay cultura que determinen la experiencia de la búsqueda interior.
Mariel Marmorato la atrae tanto el sol que esa parecía ser su principal búsqueda cuando pisó el suelo de Costa Rica. Era agosto, era 2001, había dejado Argentina y el Caribe le resultó demasiado húmedo. En un momento de meditación vislumbró lo que sería su futuro y eligió quedarse en el Pacífico Norte para dar inicio no solo a una historia personal sino a una tendencia en la región.
“No conocía nada —cuenta ella—. En San José pregunté por el sitio que tuviera más días de sol y todos me indicaron la región”.
Así llegó a Tamarindo (Guanacaste), lugar soñado para surfistas, donde empezó a dar clases de yoga en las tardes y multiplicó paulatinamente su estudio, Ser Om Shanti, convirtiéndolo en pionero de esta disciplina en la zona. Hoy, en lugares como Nosara, también en Guanacaste, hay vibrantes comunidades de profesores y estudiantes.
Ahora, el pequeño pueblo de Tamarindo, con su mercado orgánico, sus ventas de frutas y un laberinto de 1.200 metros cuadrados, congrega a italianos, estadounidenses, franceses, argentinos… “Casi todos citadinos en busca de contacto con la naturaleza y calidad de vida… Son gentes de muchas culturas, pero todos elegimos vivir acá”, señala Mariel Marmorato.
“Estamos experimentando las ‘Naciones Unidas’ del yoga”, bromea la estadounidense Janel Schullo, quien apenas el año pasado cofundó el Nexus Institute for Yoga & Wellness en Nosara, un pueblo, con populares playas –Guiones, Pelada y Nosara— y un refugio de vida silvestre llamado Ostional, conocido por su población de tortugas lora. En el centro de Nosara, los árboles se arquean sobre las callejuelas.
Allí eligieron vivir Janel y Horace Usry. Ella dejó su vida de monja católica y él la suya como banquero. Se conocieron en la playa, durante un retiro de yoga. Hoy, ofrecen horas de formación en un estudio con paredes de vidrio que dejan contemplar el verdor espeso y el oleaje.
“El yoga ha sido un encuentro conmigo misma. Empezó como una práctica de movimiento y ha llegado a ser una forma de saber lo que sé, sentir lo que siento, de comenzar a confiar en la sabiduría de mi propio cuerpo”, describe Janel.
“Hay una cierta energía aquí que atrae a la gente —dice Horace—. En Nosara puedes empezar a escuchar tu cuerpo.
Tierra adentro
En las montañas, Diana Stobo, popular chef y autora de libros de bienestar, encontró su santuario en Atenas de Alajuela, en el valle central de Costa Rica. Allí, el sol no ceja pero no tuesta; la brisa abunda sin abrumar. Y adonde sea que uno mire: mangos, flores, yigüirros —un zorzal, el ave nacional de Costa Rica—.
The Retreat inició como casa de retiro y ahora es hotel boutique, todo pensado desde la perspectiva del bienestar. La receta aquí es yoga dos veces al día, caminatas, comida sin gluten, lácteos ni azúcar, silencio.
Estar aquí, de por sí, ya desenreda nudos interiores. “Cuando estaban construyendo el hotel encontraron cuarzo, incluso todavía encontramos. Tiene una energía sanadora, purificadora. El entorno, con su naturaleza y los pájaros que lo despiertan, ya hace que uno se desconecte”, afirma Kahina Bouaissi, funcionaria del hotel.

El Instituto Nexus para Yoga & Wellness se encuentra en Nosara, una ciudad conocida por sus playas. Foto: cortesía Nexus Institute Yoga & Wellness Nosara.
Otros rincones montañosos cobijan más experiencias. En Ríos Tropicales Lodge, en las orillas del río Pacuare —provincia caribeña de Limón—, un sitio de Wi-Fi errático y silencio digital, la costarricense Claudia Gallo organiza retiros de Unplug & Connect: desenchufarse de las pantallas para sumergirse en la naturaleza.
Junto a la calma, rafting, canopy, hiking y cabalgatas aceleran el pulso. “Hay quienes solo quieren probar algo nuevo mientras otros están en una búsqueda interior, o simplemente se los recomiendan”, dice Gallo.

Desconectarse de las notificaciones perpetuas y de las necesidades ajenas reorganiza prioridades. “Aquí todo el entorno colabora —dice Mariel, la instructora de Tamarindo—. Sientes el ritmo ‘pura vida’, tienes contactos con la esencia de los elementos, con el agua, el aire, la naturaleza. Es simple mantener la práctica fuera del yoga mat”.