El Malecón de la Habana según Padura y Perugorría
En la antesala de los 500 años de la capital cubana —que se cumplen en noviembre de 2019— el escritor y el actor, ambos cubanos, le rinden un homenaje a la que consideran mayor insignia de la ciudad.
Alguna vez he dicho que el Malecón de La Habana es el parque público más largo del mundo. Y es que en toda la extensión de sus varios kilómetros este parapeto de hormigón, que bordea el mar desde el interior de la bahía, en el este, hasta la desembocadura del río Almendares, en el oeste de la ciudad, cada noche de verano se convierte en el punto de reunión más concurrido de la isla, el sitio al que parecen conducir todos los caminos.
¿Por qué el Malecón? ¿Solo por la brisa del mar que en las noches refresca la atmósfera tórrida de la isla? ¿También porque su altura es la apropiada para utilizarlo como asiento? ¿O es quizá por ser un espacio económicamente democrático al que cada cual puede llegar con su botella de ron y disfrutar, solo o acompañado, de una noche de tragos incosteable para tantos cubanos en otros sitios de la ciudad?

Más que cualquier otro lugar o espacio, el Malecón es el símbolo que mejor caracteriza a La Habana, el que la sintetiza y define como ciudad marítima para la cual su condición costera es un alivio y una condena: en esa frontera que marca de modo tan evidente el muro del Malecón comienzan y terminan los anhelos de muchos cubanos —sueños que a veces están en el interior de la isla, otras en el mundo que existe más allá del mar— sin cuyo conocimiento no es posible entender el alma profunda de una sociedad.
Si alguien quiere tener una idea de qué cosa es Cuba, un principio posible resulta tratar de entender qué es La Habana: porque de muchas formas en esa ciudad radica su corazón. Y el motor que impulsa al músculo vital es ese Malecón que se desborda de olas agresivas ciertos días de invierno y de personas en busca de distracción en las noches veraniegas.

En una sociedad en la cual el igualitarismo socialista se desvanece y que se va estratificando según las capacidades económicas, las opciones materiales de las gentes se van readecuando y se distancian los polos sociales. Una proyección de esa naciente redistribución social se manifiesta en los sitios a los que acuden las personas según sus posibilidades financieras. En La Habana una minoría favorecida se mueve entre paladares (restaurantes privados) y bares cada vez más lujosos, negocios nacidos al calor de una política más permisiva con la pequeña empresa privada. Por eso hoy, en La Habana, desde reyes foráneos hasta políticos, desde empresarios hasta turistas y algunos cubanos financieramente favorecidos (más de los que cabría imaginar) pasan sus noches en sitios de gestión privada como San Cristóbal, La Guarida o El Cocinero, ubicados en los sitios más atractivos de la ciudad por su belleza o… por su deterioro.

Mientras, una mayoría de cubanos se mueve por lugares más discretos y el Malecón parece ser el más recurrido, el mejor y último refugio.
Entre un pasado congelado en una ciudad que físicamente se estancó hace sesenta años y un presente en evolución hacia una sociedad de formas y relaciones extrañas, La Habana vive su presente y mira con suspicacia hacia un futuro de momento impredecible… y se ofrece entre la nostalgia de sus símbolos históricos y sus nuevos sitios de altas exigencias económicas, aunque siempre pasando por el espacio democrático del Malecón, sobre el que cada noche se sienta el corazón más verdadero de Cuba.
Leonardo Padura
Escritor y guionista cubano. Ganó el premio Princesa de Asturias de 2015. La transparencia del tiempo es su más reciente novela.
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¡Oh, La Habana!
El 16 de noviembre de 2019 se cumple medio siglo de la fundación de la Villa de San Cristóbal de La Habana.
La Habana cumple 500 años y como dice una canción “Oh, La Habana, Oh La Habana, quien no baila y quien no goza, caballero, en La Habana”.
Fundada por los españoles, saqueada por corsarios y piratas, tomada por los ingleses, liberada por los barbudos de la Sierra Maestra en el 1959, penetrada por la mafia y por todo tipo de ideologías: capitalismo, socialismo, comunismo y por supuesto el surrealismo. Por inumerables ciclones y huracanes caribeños, La Habana cumple 500 años.

Quinientos años de una arquitectura maravillosa de muchos estilos: Colonial, Art Mudéjar, Barroco, Neoclásico, Art nouveau, Art-decó, entre otros. Si algo define a La Habana es su eclepticismo arquitectónico y social, donde podemos ver mansiones convertidas en solares, cuarteles convertidos en escuelas y antiguas fábricas convertidas hoy en “Fábricas de Arte Cubano”*
Pero el rostro de La Habana es su Malecón. De solo pensarlo me vuelvo acordar de esa canción: “Oh, La Habana, Oh La Habana, quien no baila y quien no goza, caballero, en La Habana”.
El Malecón habanero es la cara de la ciudad, se extiende desde la bahía de La Habana, con esa vista nostálgica de El Morro, hasta el Torreón de La Chorrera y la desembocadura del río Almendares. Algunos habaneros lo llaman “el gran sofá”. Yo lo que siempre digo es: ¡si el Malecón hablara!, porque ahí pasa de todo, … de todo!
Desde los atadeceres más hermosos que ojos humanos hayan visto*, con esa luz que pinta La Habana, que ilumina sus calles y sus parques para convertirla en una ciudad mágica, que ha inspirado a poetas, trovadores y artistas de todas partes. Allí, hay espacio para el amor y para el desamor, para la descarga*, para la esperanza, para la reflexión, para los rituales y para el pescador.

Pero en el Malecón también rompen las olas y lo hacen con tanta fuerza, que terminan siendo un espectáculo visual extrañamente bello, casi simbólico, como una especie de metáfora de resistencia, de La Habana y de los habaneros.
Otra cosa que define La Habana, es su gente. El habanero es alegre, bullicioso, expresivo y amigable. Los niños juegan en las calles y en los parques, la música traspasa las puertas y las tendederas de ropas que cuelgan de los balcones y que ondean al ritmo de un trío o trovador, que cantan a los turistas que pasan. Todo se mezcla: la gritería de los que juegan dominó en las aceras, con los gritos de los pregoneros que deambulan por los barrios: los afiladores de cuchillos, los que arreglan colchones y los que venden y compran cualquier cosa, lo que aparezca, se mezclan con los ruidos de los bicitaxis y los claxón de los carros que, como la arquitectura, son de todos tipos y de todas las épocas, “Oh, La Habana, Oh La Habana, quien no baila y quien no goza, caballero, en La Habana”.
La Habana tiene algo que te enamora, su sensualidad se puede ver, se puede sentir, se puede respirar, porque La Habana tiene nombre de mujer.
Jorge Perrugoría
Actor, director y escultor cubano.