El azar es protagonista en estos viajes, que se han vuelto tendencia. En ellos, el viajero no escoge a dónde va y se entera muy poco antes de abordar el avión. Un tercero le elige todo. Lo que importa no es el dónde sino el para qué.
Cristóbal Colón pudo ser un ilustre promotor de los ‘viajes sorpresa’. Finalmente embarcó a su tripulación en el puerto de Palos de la Frontera el 3 de agosto de 1492 y terminó en un lugar impensado como tantos exploradores lo hicieron antes que él o como algunos viajeros lo hacen hoy no para cambiar los rumbos de la historia de la humanidad —al estilo casual del navegante genovés—, sino para trastocar sus propias historias y el concepto de los viajes. Para este original grupo de viajeros, no importa el destino o el lugar. Importan las nuevas experiencias y los motivos para viajar.
Importan, también, el descubrimiento y el autodescubrimiento sin lidiar con la dispendiosa planificación de los detalles. Por eso confían la escogencia de su viaje a una agencia que no les revela el lugar al que irán. “Es una nueva forma de olvidar el estrés —afirma, desde Washington, Denise Chaykun Weaver, presidenta de Magical Mystery, agencia que presta el servicio desde 2009—. Si me pregunta, esta puede ser una
manera interesante de recorrer el mundo”.
Pero ¿cómo funciona un viaje sorpresa?
Por supuesto, hay que elegir las fechas y el presupuesto. Algunos servicios más sofisticados preguntan por las preferencias (alguien puede detestar el frío pero adorar parajes desérticos cerca al mar). La agencia investiga, escoge, reserva y arma un itinerario. Días antes, envía un sobre cerrado con detalles como el lugar de destino, información de las reservas y una guía que deberá abrir —si resiste la tentación— en el aeropuerto.
Sarah y Felix Scheuplein, de Boston (Massachusetts), lo hicieron. “Decidimos celebrar el cumpleaños número 40 de Sarah en el extranjero. Semanas después de llenar un cuestionario, la agencia nos informó que seríamos parte de un tour minuciosamente planificado en el que conoceríamos paisajes únicos con muchas caminatas al aire libre. Pensamos en Puerto Rico, Costa Rica, Machu Picchu, Galápagos, Mallorca, Croacia… No teníamos idea, pero estábamos muy emocionados”, recuerda él.
Días antes de su partida recibieron el pronóstico del clima (una semana soleada) y tuvieron un pálpito: el Mediterráneo. “Momentos antes de abordar al avión abrimos el sobre secreto. Haríamos un tour por Francia y España. Nos sentimos aliviados y felices”.
Sarah y Felix se embarcaron entonces en un viaje de verano por los coloridos senderos rurales de la Provenza, en Francia, y la Costa Brava española. En Aviñón, ante la imponente vista de la arquitectura gótica del Palacio de los Papas, participaron de una degustación guiada de los vinos Côtes du Rhône, conocidos
por su calidad y variedad, para luego deambular por las estrechas y serpenteantes calles medievales de la ciudad vieja. Cerca de Lacoste degustaron, a la sombra de una pérgola cubierta de vid, una apetitosa selección de quichés, ensaladas, panes, quesos y postres, con la vista de fondo de los valles y las montañas del macizo de Luberon; caminaron sin prisa a través de pequeñas villas medievales, viñedos familiares, campos de lavanda y castillos, y en la Costa Brava de España exploraron calas escondidas, playas, bosques y acantilados.
Mitad periplo sin brújula, mitad alquimia, los viajes sorpresa son a menudo etiquetados como el nuevo lujo del siglo XXI, algo que Philippe Brown, fundador de Brown & Hudson, una pomposa agencia con sede en Londres, sabe bien.
“Las personas que solicitan nuestros servicios, más que un destino, están buscando un motivo para viajar. En ocasiones hablan de sus desafíos familiares, del agotamiento, de la necesidad de inspiración o de sus relaciones de pareja”, asegura Brown, que promociona el concepto de su agencia bajo el lema “Algunas veces es mejor no saber para dónde vas”.
Queda por comprobar si los viajes sorpresa tienen un efecto terapéutico. Ulisa Bowles se embarcó en una aventura solitaria y descubrió, a punto de abordar su avión, que su destino era Curazao: “Fue fascinante”. Vio la escena cultural isleña, el Curaçao Sea Aquarium, una granja de ostras y navegó por primera vez en un bote con fondo de vidrio.