En el gran desierto rocoso que rodea el Mar Muerto, aún se esconden importantes reliquias, tesoros arquitectónicos y lugares sagrados esculpidos por los siglos y la historia.
La última fortaleza
A 15 minutos en carro desde la zona hotelera se encuentran las ruinas de una de las fortalezas más importantes del siglo I. Un tesoro arquitectónico de grandes magnitudes en pleno desierto. Según las pruebas históricas, los romanos destruyeron todo rastro del pueblo judío en Jerusalén durante los años setenta d.C., así como su lugar sagrado, el templo de Salomón; pero una población oponía resistencia: Masada.
Los judíos ‘rebeldes’ se defendieron, pero al enterarse del ataque que les esperaba prefirieron la muerte antes que la esclavitud. Este hecho, que para algunos no es más que una leyenda, es recordado como una de las mayores inmolaciones colectivas de la historia. Como su religión prohibía el suicidio, el pueblo eligió diez hombres encargados de matar a todos los habitantes. Uno de ellos acabaría con el resto y luego se quitaría la vida.

Según Flavio Josefo, el historiador de la época que consignó el heroico acto en sus libros, el ejército romano encontró 950 cadáveres y siete sobrevivientes que se escondieron durante la matanza y contaron lo sucedido. Y por si los visitantes dudan de la anécdota, en el lugar se exhiben las piedras encontradas con los nombres y apodos de algunos de los líderes, las cuales, muy posiblemente, se usaron para sortear quién sería el último en morir.
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Cuatro décadas antes de Cristo y un siglo previo a la diáspora judía, Masada ya había sido habitada por Herodes el Grande, el mismo que ordenó construir un imponente palacio con varias terrazas enclavadas sobre roca que se puede apreciar hoy. Las estructuras de los balcones permanecen casi intactas y es posible caminar sobre ellas; los baños termales y sus calderas se distinguen claramente, y las paredes aún hacen alarde de hermosos mosaicos originales del siglo I (Foto portada). Además, cada espacio cuenta con pequeñas maquetas que dan una mejor idea de lo que fueron inicialmente.

Para subir a la cima de la meseta hay dos vías: en teleférico o a través del Camino de la Serpiente, el acceso natural que pisaron los pobladores judíos y el mismo ejército romano, un sendero arenoso, zigzagueante y empinado, exclusivo para los mejores caminantes. Los visitantes, que van desde historiadores hasta estudiantes de colegio árabes o judíos, se llevan en la mente una historia de fe y de valentía, en la que la vida después de la muerte parece más esperanzadora que la presente.
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Desde allí llega a Massada y al Mar Muerto vía terrestre.