Barrow Whalers, el equipo de fútbol americano que juega bajo cero grados
En Alaska, en la costa del océano Ártico, extremo norte de Estados Unidos, se crearon los Barrow Whalers, un equipo colegial de fútbol americano que se ha convertido en una oportunidad para que los jóvenes no abandonen la escuela. Allí, cada día de julio hasta octubre, juegan su propio Super Bowl.
En cualquier final, ya sea la del Super Bowl —partido decisivo del campeonato profesional del fútbol americano que se celebra en febrero— o la de un torneo amateur, el tiempo se desfigura, se vuelve volátil. Quien pierde, siente que se agota en un parpadeo. Los ganadores, por el contrario, perciben que, para cantar victoria, aún faltan los 1.200 años desde los cuales datan los primeros asentamientos humanos en Barrow, Alaska. Fue precisamente en una final colegial de fútbol americano en dicho estado, en 2017, cuando Benjamin Heather, capitán de los Barrow Whalers, experimentó esa sensación. Y, de repente, sintió que lo peor estaba por venir.
Faltaban, en concreto, dos minutos para que terminara la final. Los Barrow Whalers ganaban por seis puntos. Sin embargo, el rival estaba a apenas 10 yardas de anotar un touchdown, empatar y tener la oportunidad de remontar. Pero, en cuestión de segundos, Benjamin se volvió a acordar de su rol de capitán, de líder. No podía rendirse ni mostrarse inseguro ante sus compañeros que defendían la ventaja. Una leve ventaja.
Un escenario complicado, además, porque ni siquiera jugaban en su casa, Barrow, la localidad más septentrional —extremo norte— de Estados Unidos y la novena del mundo. Lo hacían en Palmer, también en Alaska, pero a 1.128 kilómetros.
Mientras tanto, Chris Battle, el entrenador, gritaba las últimas indicaciones para que se aplicara aquello que entrenan cada día escolar, por las tardes, en una cancha de suelo artificial azul, ubicada entre un lago y el océano Ártico que siempre les recuerda a todos su presencia con la fría brisa. No se creía lo que sucedía. También era un momento emotivo para él, un hombre que, en su tono de voz, se advierte estricto.

Chris llegó a Barrow hace unos nueve años, proveniente de Florida. Se postuló para una vacante de chófer de bus, consiguió el empleo y se quedó. Hoy es el coordinador del sistema de transporte escolar de la localidad. Al poco tiempo de llegar se vinculó con los Whalers. Primero, transportaba a los jugadores a las prácticas. Luego, se las arregló para ingresar al staff técnico. No se conformó hasta alcanzar la posición de entrenador.
—He entrenado en Texas y en Florida. También jugué. Amo este deporte —expone con orgullo y añade: —Lo más importante es enseñarles a los chicos valores, lo que es el trabajo en equipo. Que avanzaremos si somos una unidad.
Ya faltaban menos de dos minutos para que se acabara la final. Aunque no avanzaban. Al contrario, retrocedían, pues los atacaban. Pero defendían juntos y resistían. Chris y sus jugadores estaban a punto de alcanzar uno de los hitos más importantes en la historia de los Whalers.
Todo empezó en 2006 con una visita de Larry Csonka —exjugador de fútbol americano, miembro del salón de la fama de este deporte—, quien fue a hablar con los jóvenes sobre un problema que alertaba al pueblo: los registros de deserción escolar habían escalado al 50 por ciento y muchos de ellos terminaban en el alcohol, las drogas e incluso en el crimen.
—Los chicos dijeron que si había una actividad como el fútbol, tendrían algo que hacer durante los meses del otoño, en lugar de deambular por las calles. Nos dimos cuenta de que tenían razón y así echó a andar el proyecto— comenta, por su parte, Trent Blankenship, quien por entonces era el superintendente de la escuela.

Empezaron de cero. Los jugadores ni siquiera sabían cómo ponerse los protectores. Tampoco eran conscientes de la exigencia física del juego. Como si esto fuera poco, no había cancha ni pasto, así que les tocaba jugar sobre las piedras, por lo cual se presentaron varias lesiones de tobillo.
—Pensé que iban a desistir. Pero estos muchachos iñupiat (nativos de Alaska) son duros, fuertes. Amaron el deporte— confiesa Blankenship.
Poco después, recibieron la llamada que lo cambiaría todo.
—Pensarás que estoy loca. Pero estaba rezando y Dios me encargó la misión de ayudar a recoger el dinero suficiente para que tus chicos tengan un terreno de juego— dijo una voz al otro lado de la línea de Trent Blankenship.
Era Cathy Parker, empresaria con experiencia en el sector bancario, quien, desde Florida, vio un documental de ESPN sobre los Barrow Whalers y se conmovió al verlos jugar sobre las piedras. Parker recogió medio millón de dólares gracias a una gestión que involucró a políticos, filántropos, iglesias y restaurantes. El resto del dinero lo donó la corporación nativa local. Los materiales de construcción viajaron por Georgia, Pensilvania y el estado de Washington hasta llegar en barco a Alaska.

—Decidimos que el césped artificial fuera azul para que armonizara con el océano—, agrega Blankenship.
El océano Ártico es eterno. Pero las finales no. Ya solo faltaban 15 segundos para que los Whalers festejaran. En el terreno también defendía Sebastian Sias. Estaba, más que nunca, concentrado en el juego. No le importaba lo que había sucedido en el pasado. Nació en Nogales, Arizona, en un barrio marcado por las pandillas y el crimen. Su padre murió cuando tenía 7 años. Escapó de ese entorno: se mudó a Barrow desde hace 6 años, donde residía un tío, casado con una mujer nativa. Posteriormente se divorciaron y Sebastian se fue a vivir con la familia de su madre adoptiva.
Los suplentes ya comenzaban a festejar. Los miembros del staff gritaban de la emoción. Faltaban menos de 15 segundos.
Sebastian, Benjamin y sus compañeros atajaban el último embate del rival. El tiempo se agotaba…
Y, en esas, el partido se terminó.
No hicieron como los primeros Barrow Whalers que, tras ganar su primer partido, se lanzaron al océano Ártico y, de la emoción, ni sintieron el frío. No lo hicieron porque no tenían el océano a su lado. No les quedó de otra que romper a llorar de la felicidad.
Los Barrow Whalers podían jactarse, por primera vez en su historia, de ser campeones. Y para esto el tiempo ya no es volátil. Simplemente, es eterno.